ESCUELAS DEL CID (ANTIGUAS)

Promotor/es: 
Ayuntamiento de León
Fecha del proyecto: 
1902
C/ Cid nº 18
ESCUELAS DEL CID (ANTIGUAS)
Fachadas
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Introducción

La calle Cid que hoy vemos sería irreconocible para un viajero en el tiempo que hubiera pasado por León siglo y medio antes, pues a finales del siglo XIX se inició una profunda remodelación que supuso el sacrificio de la mayor parte de su parque inmueble histórico.
Estas escuelas, al igual que la vecina Audiencia Provincial, ocupan una parte de los solares resultantes de la demolición de varias casas solariegas y representan el único vestigio superviviente de una iniciativa, promovida por el Ayuntamiento entre 1884 y 1902, con el objetivo de trasladar a inmuebles propios las instituciones pedagógicas municipales que, con cierta precariedad, venían funcionando en locales arrendados.

Madrileño de nacimiento y titulado en la Escuela de Arquitectura de Madrid, Manuel de Cárdenas importó de su ciudad el estilo neomudéjar, la corriente más castiza del historicismo, y una de las fórmulas en las que se plasma el romanticismo nacionalista que toma el medievo como punto de referencia general y, dentro de éste, la faceta más particular de la tradición hispana. Sin embargo, tras este aparente respaldo venerable, el neomudéjar no es sino una exhibición de las posibilidades que ofrecen piezas cerámicas -ladrillo y teja- fabricadas industrialmente, es decir, un producto de vanguardia en una sociedad impregnada de optimismo tecnocrático.
Casi 40 años después, Cárdenas redactó un “Proyecto de aumento de piso y obras accesorias” en el que tozudamente retoma la idea de edificio aislado que latía en la propuesta original a la vez que se plantea una doble operación de ampliación y remodelación interna, mediante la unificación del zaguán, el realce de las alas con un piso añadido y la reorganización del núcleo de escaleras y los aseos. No obstante, lo más significativo de esta iniciativa radica en el despojamiento del ropaje neomudéjar, que probablemente transmitiera un indeseado mensaje de vetustez, en favor de las modas estilísticas de la posguerra mediante el enmascaramiento de la mayor parte de la fábrica cerámica con chapados y estucos que dignificaran el paramento desnudo. Afortunadamente, todo quedó en el papel.

Descripción y análisis

El proyectista, joven y bisoño, recién llegado a León, afrontó el encargo con una buena dosis de prudencia pues optó por inspirarse en dos ensayos precedentes (de 1884 y 1898) a la hora de definir la configuración general del edificio mediante una planta en forma de T, decisión a la que sumó la evidente intención, frustrada por las circunstancias, de insertar un volumen exento en la abigarrada trama de lo que entonces era la ciudad y hoy conocemos como casco histórico.
El programa funcional cumple dos requisitos básicos: enseñanza segregada por sexos y alojamiento de los maestros en el propio inmueble. Con un cuerpo central desarrollado en perpendicular a la calle y dos alas laterales más bajas, el edificio se estructura en tres partes completamente independientes (niños, niñas, viviendas y biblioteca), sin comunicación interna de tal modo que el paso de una a otra implica obligatoriamente el tránsito por el exterior.
Las zonas escolares se ubican en la planta baja, cada una de ellas compuesta de dos aulas y un vestíbulo común con función de guardarropa y que a su vez da salida, de manera un tanto forzada, al patio trasero a través de un cuerpo de aseos adosado al respectivo rincón de la T. Este esquema  no resulta del todo satisfactorio pues, mientras las aulas que vierten a la fachada son amplias y luminosas, las dos traseras no disfrutan de condiciones equivalentes.
La planta alta sólo se desarrolla en el cuerpo central y consta de una pequeña biblioteca en la primera crujía y dos viviendas simétricas con vistas a los patios de recreo, distribuidas en torno a un patio de luces interior.
Desde el punto de vista estructural, sobre un principio común de muros de carga, el edificio presenta dos configuraciones muy diferentes. Así la tupida mala de pequeñas crujías que configura el cuerpo central contrasta con la diafanidad y anchura de las alas laterales, cubiertas con cerchas trianguladas que salvan la totalidad de la luz libre sin apoyos intermedios.
Con la salvedad del zócalo, de sillería de piedra caliza del país, la estampa del edificio está monopolizada por la cerámica, ya sea ladrillo aplantillado colocado a hueso (sin junta) en los muros o  teja plana en los faldones. Ambos productos eran en aquel momento tecnológicamente punteros, en particular la teja conocida como “marsellesa”, cuya difusión vino asociada a las construcciones ferroviarias.
La dicotomía entre las partes del edificio se hace patente también en la composición de sus fachadas, vertical en el cuerpo del medio y horizontal en las alas, acentuada con unas líneas de sombra obtenidas mediante el remetido de una de cada seis hiladas.
La decoración es profusa, materializada siempre con piezas de ladrillo, con una técnica constructiva comprometida por sincera pues no admite correcciones posteriores a la vez que expresa sin ambages la categoría profesional de sus artífices. Transcurrido más de un siglo después desde su construcción el magnífico estado de conservación del edificio, con la salvedad de las secuelas derivadas de alguna reforma poco respetuosa, es un testimonio desafiante de la calidad de los materiales empleados y, sobre todo de su puesta en obra.

Bibliografía

E. ALGORRI GARCÍA; R. CAÑAS DEL RÍO; F. J. GONZÁLEZ PÉREZ: León. Casco Antiguo y Ensanche. Guía de arquitectura, Colegio Oficial de Arquitectos de León, León, 2000, pp. 90-91

M. SERRANO LASO: La arquitectura en León entre el historicismo y el racionalismo 1875-1936, Universidad de León, Leon, 1993, pp. 84-89